Escrito por:
Ricardo Carranza
Calden Consultoría
Al momento, casi no hay voces disonantes respecto a que enfrentamos una seria crisis medioambiental, a punto tal que en los últimos estudios elaborados por el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) y la Plataforma Intergubernamental sobre Biodiversidad y Servicios de los Ecosistemas (IPBES) vinculados a la ONU, se concluye que “estamos cerca del punto de no retorno”, a la vez que se advierte que el planeta está encaminado hacia un aumento de su temperatura media de, al menos, 3 grados respecto a niveles preindustriales. Por otro lado, el informe titulado “Making Peace With Nature: A scientific blueprint to tackle the climate, biodiversity and pollution emergencies (UNEP, 2021)” advierte que más de un millón de especies de animales y vegetales del mundo están en peligro de extinción; las enfermedades vinculadas a la contaminación están causando cada año unos nueve millones de muertes prematuras; y que la degradación ambiental está impidiendo los progresos, incrementado la pobreza y el hambre.
Sin embargo, en estos, en estos momentos de crisis, tal como ocurrió con los ciudadanos del “tiers état”, que sembraron las bases para la revolución francesa, o como sucedió con los colonos, que con su “Boston Tea Party” marcaron el camino para la revolución americana, aparecen actores que se vislumbran como los catalizadores de la próxima revolución energética, nos referimos a las comunidades energéticas. Estas comunidades representan una forma práctica y eficiente de profundizar el cambio de paradigma de la energía en el mundo, al tiempo que se abordan tanto los retos climáticos como sociales.
Cuando hablamos de energía comunitaria nos referimos a un concepto amplio que se puede referir a proyectos colectivos de cambio a energías renovables, de propiedad comunitaria de empresas de comercialización, o incluso de una red de distribución. Un concepto fundamental en el que se basan las Comunidades Energéticas es el de colocar la energía en manos de personas y de las comunidades, con una misión que esté vinculada con los valores medioambientales, sociales y en relación estrecha con las economías locales.
Las formas de las Comunidades Energéticas pueden ser muy variadas, en general la línea de aplicación típica consiste en invertir en la generación de electricidad utilizando los recursos disponibles en la zona de acción, y distribuirla entre los socios o grupos de interés, reduciendo o eliminando la compra de energía al sistema eléctrico. Esta aplicación genera importantes beneficios ya que aumenta la disponibilidad de energías renovables en la comunidad; genera ingresos, ya sea por la comercialización de la energía generada o por la reducción de la compra al sistema; y ayuda a eliminar las emisiones de CO2 colaborando con el objetivo de alcanzar sistemas energéticos 100% renovables.
Sin embargo, esa es solo la punta del iceberg, temas como el ahorro, la eficiencia energética y la equidad son también significativos, y permiten comenzar un proyecto de comunidad energética de manera rápida, al tiempo que se va ganando en conocimientos y confianza en la comunidad. En esta línea, se busca revertir el hecho de que muchas personas viven en edificios ineficientes que malgastan energía, lo que compromete la salud y el bienestar de las personas, a la vez que dispara las necesidades energéticas. Esta situación, afecta mayormente, a las personas más vulnerables y, especialmente, a familias monoparentales (con mujeres como cabeza en un 80% de los casos), por lo que resulta evidente que la pobreza energética, que es el resultado de las desigualdades sociales en el consumo de energía, se alimenta del círculo vicioso de la exclusión social.
Las iniciativas energéticas comunitarias tendientes a combatir la deficiencia y pobreza energética pueden ayudar a estos sectores vulnerables adquiriendo la propiedad para bajar los costes de las renovables, beneficiándolos de los ahorros colectivos; invirtiendo en medidas de eficiencia energética de manera directa; y generando capacitaciones para educar a la población en la reducción del consumo de energía.
Otro aspecto que colabora con la ineficiencia energética y que requiere especial atención, es la aplicación de sistemas tradicionales de calefacción, lo que supone mucha energía, dinero y emisiones de CO2. En este sentido, los sistemas comunitarios de calefacción y refrigeración sostenibles y eficientes, suelen ser una gran alternativa. Estos pueden proveer de calefacción a toda una ciudad o un barrio, valiéndose de sistemas de calor centralizados, el cual puede generarse a través de fuentes renovables, para calentar agua que posteriormente se distribuye mediante un sistema de tuberías aisladas, repartidas por la ciudad o el barrio, calefaccionando las viviendas o comercios a su paso.
Además de lo expuesto, pensar en el futuro del mercado de la energía, no es posible sin considerar el transporte, ya que es el sector con mayor nivel de emisiones de la economía europea y es el único sector que ha seguido incrementando sus emisiones desde 1990, por lo que resulta inminente reducir el uso del vehículo particular y utilizar transportes más amigables con el medioambiente. Los proyectos comunitarios pueden enfrentar ambas problemáticas de manera conjunta, utilizando sistemas de vehículos eléctricos compartidos, donde la comunidad invierte en una flota de coches que pueden ser reservados y utilizados. Esta iniciativa busca colaborar en crear más sentido de comunidad en el ámbito del transporte.
En resumen, el objetivo común de todas las posibles líneas de acción de las comunidades energéticas es que buscan incorporar la mayor cantidad de actores posibles para transformar nuestro sistema energético y aportar soluciones innovadoras que vayan más allá de la generación de electricidad, incluyendo proyectos comunitarios sobre calefacción, transporte y eficiencia.
Como se dejó ver anteriormente, los impactos que generan las comunidades energéticas pueden ser analizados en tres dimensiones, la energética en sí misma, la medioambiental y la social.
Con respecto al impacto energético, los proyectos colectivos permiten colaborar en el abandono parcial o total de los combustibles fósiles; concientizar sobre la importancia de la reducción del consumo y la eficiencia energética; y fomentar inversiones en infraestructura a través de sistemas de aporte colectivos.
En cuanto al impacto medioambiental, el incremento de la participación de energías renovables en la matriz energética de las comunidades permite reducir la huella de carbono y el daño general sobre nuestro planeta, abrazando un cambio cultural general que permite pasar de un modelo “extractivista” a una sociedad “regenerativa”. Finalmente, respecto de los impactos sociales, se destacan en los proyectos colectivos de energía, el apoyo a la economía local, con una generación de hasta 8 veces más riqueza local que un proyecto desarrollado por un agente externo; la generación de empleo local de calidad con su correspondiente incorporación de mano de obra calificada; la posibilidad de conocer a nuestra vecindad y experimentar una nueva sensación de conexión y arraigo a nuestra ciudad, al tiempo que superar los desafíos brinda recompensas y empoderamiento; el abordaje de manera integral de la pobreza energética, proporcionando acceso al servicio de energía a sectores vulnerables de la comunidad; y a menudo, en estos proyectos, se fomenta la participación de colectivos de mujeres y minorías.
En conclusión, el abordaje de las problemáticas energética, medioambiental y social utilizando el enfoque multidimensional propuesto por las comunidades energéticas, genera una solución eficiente, justa y sustentable, que nos permite como sociedad, comenzar a transitar de manera inmediata el camino hacia un mundo más amigable con nuestro medio ambiente, con mayor equidad y que no comprometa el bienestar de las generaciones futuras.