Hidrocarburos

Vaca muerta, divino tesoro

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Argentina, una vez más ¿bendecido? por los recursos naturales, pero por ahora no puede jugar como actor trascendente en el escenario internacional.

El sistema económico global que nos gobierna tiene como primacía la lógica de la acumulación; y dentro de la misma, el factor energético se torna fundamental para sostener la maquinaria de la economía real. Por ende, bajo un escenario de competencia productiva creciente a nivel interestatal, sumado a la necesidad de abastecimiento de las poblaciones, la demanda de energía continuará creciendo ininterrumpidamente, salvo que ocurra un muy extraño – por lo menos en el corto y mediano plazo – cambio de paradigma global.

En este sentido, el eje rector de la matriz energética global todavía son los hidrocarburos (la Agencia Internacional de Energía estima que la demanda actual de petróleo va a crecer de 98 a 104 Millones de Barriles diarios (Mb/d) para 2023). En consecuencia, los utópicos objetivos del Acuerdo de París o elProtocolo de Kioto para frenar el Cambio Climático, permanecen ‘bien guardados’ para otro momento de la humanidad.

Bajo este escenario, las enormes corporaciones buscan agresivamente cualquier posibilidad de producción que exista, donde la viabilidad operativa o geoeconómica queda en segundo plano: las tecnologías mejoran, los precios se acomodan. Por eso no importa si es extracción convencional o Shale, si es On-shore u Off-shore. No por nada grandes petroleras globales como Shell, Statoil, Exxon o Chevron, pidieron derechos de exploración en la plataforma marítima de Argentina recientemente licitada. La tentación es grande: 130.000 kilómetros cuadrados en la Cuenca Argentina, 90.000 kilómetros cuadrados en la Cuenca Malvinas Oeste y 5.000 kilómetros cuadrados en la Cuenca Austral no son de despreciar.

El caso del Shale es particularmente interesante. Estados Unidos, cuya economía es aún la más importante del planeta y consume el 20% de la producción mundial de energía, alcanzó recientemente la condición de ser el mayor productor de petróleo global con una oferta de unos 12 Mb/d, debido principalmente a los avances tecnológicos que lograra en el ámbito de la fractura hidráulica y la perforación horizontal del Shale utilizadas en la explotación de yacimientos no convencionales y las realizadas en aguas de mar de gran profundidad.

Este no ha sido un tema menor: la industria petrolera ha recibido un claro apoyo de los sucesivos gobiernos estadounidenses a lo largo de la historia reciente para desarrollar el Shale, lo que le permitió superar las producciones de la Federación Rusa – adversario geopolítico, proveedor chino y ex principal abastecedor europeo previo a su incursión en Crimea -, Irán – en plena disputa por su plan nuclear -, Arabia Saudita – principal y más influyente miembro de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), con capacidad de generar instantáneos incrementos de oferta de más de 1,5 Mb/d – y su económicamente sancionado enemigo Venezuela, que con la endeble situación política y la falta de inversiones de la última década, generó una caída de su producción de 3,4 Mb/d a 1 Mb/d en la actualidad.

Más allá de las alianzas o los adversarios ocasionales o permanentes, el Shale le permitió a los Estados Unidos tener en la actualidad dos de los bienes más preciados: la independencia energética por un lado, y la capacidad de terciar a nivel global para que ningún otro jugador o la OPEP misma, intenten desestabilizar a través de acuerdos de producción o precios, el ya deteriorado mercado económico global.

En este sentido Argentina, una vez más ‘¿bendecido?’ por los recursos naturales – en este caso Vaca Muerta y toda su potencialidad del Shale -, por ahora no puede jugar como actor trascendente en el escenario internacional. Bajo un halo expectante y temeroso para con el contexto de volatilidad energética global, se encuentra además batallando con su histórica inestabilidad institucional, macroeconómica y productiva doméstica.

Aquella que fue desoída cuando el Ingeniero y General Mosconi, casi un siglo atrás, mencionaba como objetivo inclaudicable la necesidad de maximizar la renta petrolera, derivada de una gestión eficiente y eficaz de los recursos, para lograr la soberanía energética. Planificaba una YPF estatal, que conviviera, pero siempre dictaminando y guiando desde una posición de supremacía, con el sector privado. Argentina debía contar con una gran empresa para poder hacer frente a reclamos corporativos particulares que atenten contra el interés general del país.

Luego fueron más allá. Lo deseaba Perón, lo soñó Frondizi: Nacionalización del petróleo, Monopolio de YPF, autoabastecimiento. Pero era utópico pensar únicamente en una lógica nacional sin inversiones extranjeras de capital financiero, tecnológico, humano: no se podía sostener el crecimiento de un país que apostaba a una industrialización creciente y pujante viviendo ‘con lo nuestro’. Como siempre, padecemos de una bipolaridad radicalizada: solo un par de décadas después, la lógica privatizadora del menemismo produjo un cambio radical en la concepción que se tenía de los hidrocarburos, donde tanto el petróleo como el gas pasaron a ser considerados como “commodities” y no como recursos estratégicos. Fue otro momento histórico, otro país.

El modelo neoliberal triunfó, pero con costos enormes para el quehacer nacional. El ocaso del siglo pasado y los albores del actual fueron los años del desagio productivo y financiero, para finalmente aterrizar en el punto de la permanente negociación. Siempre cuando las ‘papas queman’, nunca previniendo y, por supuesto, con las pujas de intereses a flor de piel. Un claro ejemplo ha sido el congelamiento de precios de surtidor en el primer año del gobierno de Kirchner. Los mismos no fueron ampliamente resistidos por el mero hecho que las empresas, bajo un marco desregulado, ya habían realizado incrementos superiores al 100% luego de la devaluación de 2002. Todo lo expuesto se ha visto reflejado en números: de un histórico superávit comercial energético hasta los primeros años del Siglo XXI, con una tendencia decreciente que nos depositó en el actual déficit de 2.360 millones de dólares. La argentinidad de la mala praxis, la complicidad y la desidia en todo su esplendor.

Desde hace una década Vaca Muerta pretende ser la respuesta para esta variable fundamental de la dinámica nacional. Datos oficiales indican que la zona contiene el segundo recurso de gas no convencional más importante del mundo, y el cuarto en petróleo. Los mismos representarían 23.720 millones de toneladas equivalentes de petróleo (TEP), superior a 300 veces el actual consumo anual de hidrocarburos. Si tomamos como ejemplo a 60 dólares el barril de petróleo y a 4,5 dólares por millón de BTU de gas el valor sería superior a 10 veces el PBI del año pasado de nuestro país.

Con una YPF estatizada a la cabeza, se intenta apurar la operatividad – en contraposición de la racionalidad de largo plazo de la industria – para llegar al año 2023 a multiplicar casi por ocho el nivel de producción de petróleo no convencional que se tiene en estos momentos, hasta alcanzar los 500.000 barriles diarios y, de este modo, generar un potencial excedente para exportar al Asia-Pacifico, la vedette de la demanda energética de este siglo.

Como complemento de YPF, existen una treintena de empresas petroleras extranjeras que cuentan con concesiones convencionales y no convencionales, entre las que se encuentran PAE, ExxonMobil, Total y Shell. Empresas de capitales diversos que operan en todo el planeta, con políticas de seducción variadas para adquirir licencias y operar según el escenario geográfico en cuestión. En el caso de África, por ejemplo, primero fueron las empresas europeas y norteamericanas, quienes a través de la Responsabilidad Social Empresaria y una lógica de micro-corrupción local, se hicieron de las ingentes reservas hidrocarburíferas. Los chinos, ya entrado el corriente siglo, cambiaron la metodología por una más invasiva que hasta el momento pareciera ser más efectiva: políticas de ayuda para el desarrollo a nivel macro, transferencia de know how de trabajo, e implantación de población generaron un combo superador más atractivo.

Cabe destacar que en el caso de Vaca Muerta, todas las empresas han encontrado fuertes incentivos. Desde la ley de Hidrocarburos vigente (27.007) del gobierno anterior con regalías de un 12% y concesiones no convencionales de 35 años, hasta la resolución 46-E creada durante el actual mandato garantizando beneficios extraordinarios para las empresas que extraigan hidrocarburos no convencionales de la Cuenca Neuquina. La diferencia de ambos gobiernos es que la política energética actual se centró en reemplazar parte de los pagos directos del Estado al sector hidrocarburífero, por transferencias desde los hogares, reduciendo los subsidios y multiplicando por varias veces los costos de las facturas que llegan a las empresas productoras de la economía real y a los hogares. Pero para las empresas, en definitiva, lo que se buscó es que obtengan una rentabilidad nada despreciable que les garantizara un ingreso competitivo más allá de las oscilaciones del mercado. Como complemento y para potenciar sus ganancias, las empresas recortaron los ‘costos’ salariales por dos vías: con la adenda al convenio petrolero y su consecuente flexibilización laboral, y una megadevaluación que parece no haber llegado a su fin.

Pero esto es Argentina, y la previsibilidad y las políticas de Estado se encuentran siempre en el debe. La necesidad cortoplacista actual de divisas, la debilidad macroeconómica, y el ‘déficit cero’ reclamado por el FMI, llevó al gobierno nacional a limitar las transferencias millonarias de subsidios que les generaron una rentabilidad extraordinaria en los últimos años para las empresas petroleras que operan en la formación geológica de 24.500 km2 y que, cabe destacar, con creces supera cualquier expectativa de una tasa racional de inversión/rentabilidad a nivel global.

Las respuestas no se hicieron esperar: las amenazas de recortes en la inversión, la parálisis en la producción y el consecuente despido de trabajadores ya se hicieron eco en las elites políticas y económicas. Además de que, como suele ocurrir, varias de las empresas petroleras comenzaron a iniciarle juicios al Estado. Un escenario que poco ayuda a un gobierno provincial que, aunque con niveles récords de recaudación por las regalías y las derivaciones impositivas de la industria petrolera, no ha logrado (por inacción, complicidad, o vaya uno a saber que) disminuir la inflación – superando el 50% interanual, una de las más altas del país -, ni un contexto de precarización laboral del 35% de la población, ni un proceso de desigualdad socio-económica creciente.

Y así estamos hoy. En fin, ya lo sabemos. Hay que atacar las causas. Necesitamos un desarrollo económico interno y multiplicar las exportaciones para generar un superávit de divisas que permitan pagar deudas razonables, estabilizar la macroeconomía, y brindar un escenario de previsibilidad que permita setear objetivos energéticos plausibles, éticos y razonables para todas las partes involucradas. Sino siempre nos encontraremos tapando parches y corriendo detrás de la curvatura del círculo.

Fuente: runrunenergetico.com

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